domingo, 9 de diciembre de 2007

Después de ver en el cine Gattaca tuve una sensación que hoy recuerdo difusamente como de alerta. Poco se hablaba, y menos sabíamos, de los usos que el conocimiento sobre nuestra genética podría crear. Años después, ver esta película confirma aquella idea, la sitúa en el mismo territorio que ocuparon Un mundo Feliz o 1984 en sus momentos.
Pero hoy prefiero escribir sobre algo menos profundo, o quizá no. Sobre sillas, mis amadas sillas y sillones. Sobre las sillas de Gattaca y de cómo el diseño, el bueno, es atemporal.

Las creadores de Gattaca tenían un reto interesante, crear una estética de ese futuro eugenésico, acorde con las normas sociales que delimitan la sociedad genética de la película. Y allí aparecen las sillas de Mies van der Rohe, unas sillas diseñadas en 1929 como mobiliario del pabellón alemán en la exposición universal de Barcelona. Hay otros objetos, como sillas de tubo de acero, pero quedémonos con el almohadillado de esa silla y su anexo reposapies.
Fukasawa cree que el diseño no puede ser innovador y eterno a la vez, por pura contradicción terminológica, que el buen diseño es el sencillo, el que se adapta a la vida naturalmente y no cansa. Lo rompedor, en diseño, no nace para perdurar. Es por eso que a mí me gustaría haber charlado con los abuelos que presenciaron aquella muestra de Barcelona y me contaran que impresión causó en ellos aquel mobiliario. Encontrar qué es lo que hace que la silla Barcelona haya servido para que Alfonso XIII se sentase en el primer tercio del siglo XX, para que ilustre un mundo futuro en Gattaca y para que siga en los escaparates de las mueblerías en los comienzos del siglo XXI.

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