Venía leyendo un artículo de Peter Singer en El País (lo siento, no está disponible en la versión digital gratuita) sobre un ayuntamiento australiano que favorece unas políticas encaminadas a que sus ciudadanos vivan más alegres, se sonrían y disfruten de vivir en una ciudad en la que cada año se utilizan menos coches, por ejemplo.

No sé si por culpa de las neuronas espejo o de qué, pero la idea me alegró mi camino a casa. Lo relacionaba con esta otra imagen que aquí les dejo de un grupo de gente que se dedicaba a ofrecer abrazos gratis a todos los que caminaban por una plaza parisina. Aquello también me alegró el día.

Al llegar a las cercanías de mi casa pasé junto a mi coche aparcado, el buen tiempo hace que lo tenga detenido desde hace semanas y después de saludarlo (hay gente para todo) me fijé en que alguien había arrojado tres huevos sobre la vieja carrocería de mi montura. Pensé en algún vecino molesto ante la presencia de mi vehículo tanto tiempo delante de su puerta, en algún desquiciado que trató de espantar las moscas que acudían a mi coche o en alguien que pensó que la temperatura de la chapa había que aprovecharla para ahorrar gas en la cocina, que está muy caro.
Creo que gracias a la lectura del artículo de Singer, seguí camino a mi casa con una sonrisa, prometiéndole a mi querido colega un manguerazo en condiciones.
Hoy de mañana, otros vecinos me han informado de que no fui yo el único afectado, que hace semanas se vienen produciendo estos incidentes y que nadie sabe como frenar al anónimo lanzador... bueno, el triste es él, el sujeto que no aprecia las tortillas.
Yo no pienso amargarme, ni por compasión.